Dicen que si China estornuda, el mundo se resfría. Si había dudas, la pandemia dejó constancia de ello. Como si de un efecto mariposa se tratara, lo que sucede en la segunda economía del mundo, tiene repercusiones globales. Y para terminar de confirmarlo, la actual desaceleración de la economía de Pekín se evidenciará más allá del comercio, advierte el Fondo Monetario Internacional. Afectará al crecimiento mundial, a las empresas que operan en el país. Para la Unión Europea, pone en juego los 230.000 millones de euros, casi el 10% de exportaciones anuales del bloque. Pero con el tiempo, la UE podría tener más que perder.
La raíz de tal ralentización apunta a una recuperación de la pandemia más lenta de lo previsto. El Producto Interior Bruto (PIB) del país asiático creció tan solo un 0,8% en el segundo trimestre del año en términos interanuales. La última mitad de año refleja una desaceleración. Y deja lejos las cifras del país que en los últimos veinte años ha registrado el mayor crecimiento del mundo. El mismo que triplicó el tamaño de su economía entre 2008 y 2022.
Para encontrar la raíz hay que mirar a las duras restricciones impuestas para contener la pandemia. Repercutieron en las exportaciones del gigante asiático, también en la demanda interna. Y un sector inmobiliario, ya de por sí desgastado por el elevado endeudamiento de los promotores, encuentra en la falta de acceso a financiación una condena a no poder reestructurar sus deudas.
Tiene que ver en todo ello que la demanda interna del gigante asiático se encuentre debilitada. Una coyuntura que tiene raíz en que el crecimiento económico de Pekín se apoya en inversiones y exportaciones y no una estructura sólida consumo interno, según explica el vicepresidente primero de Economía del Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales, Matthew Goodman. “No es bueno para el crecimiento de China”.
Apunta a semejanzas con el Japón de hace unos pocos años, el director del Instituto para la Elaboración de Políticas Europeas de la Universidad Bocconi, Daniel Gros. Sugiere que un exceso de inversiones llevó a una ralentización del crecimiento. Ahora, en China.
Todo ello ha conducido a una coyuntura en la que la deflación se ha convertido en uno de los principales problemas del país. En contraposición a lo que sucede en Europa, los niveles bajos de precios se traducen en una China que produce bienes más baratos y que vende materias primas a precios más bajos. También que contribuye a bajar la puja en la que compite en los mercados internacionales por materias primas como petróleo, carbón o gas. Una China con menos demanda es una China que necesita comprar menos en los mercados internacionales pero la deflación que atraviesa el país también recorta, en consecuencia, los altos precios de la energía a nivel global, analiza Gros.
Desde una perspectiva macroeconómica más amplia, la deflación en Pekín no se traduce en algo positivo para otros actores económicos. Porque el hecho de que Pekín albergue menos demanda también tiene repercusiones para sus importaciones, adquirirá menos bienes de otros países. Por mucho que la UE se refiera al gigante asiático como un “rival sistémico” o que llame a “reducir riesgos” con el país, al igual que Estados Unidos, ve en China un hueco de oportunidades.
Las oportunidades
Es así porque su economía es grande. Más de 1.400 millones de habitantes conforman un mercado en el que la riqueza no está sino en aumento. Es un mercado importante para las exportaciones europeas. Lo es para el sector alimentario español pero, principalmente, para los bienes tecnológicos producidos por Países Bajos o para los eslabones de la cadena de producción que compañías alemanas tienen radicadas en el país.
Están en juego más de 230.000 millones en exportaciones al gigante asiático desde la UE. Una cifra que supone casi el 10% de las exportaciones del bloque comunitario en 2022 y que sitúa al gigante asiático como el tercer mayor socio comercial de la UE, por detrás de Estados Unidos y Reino Unido aunque por delante de Suiza.
El volumen de las exportaciones a Pekín casi se ha duplicado en los últimos diez años. Sin embargo, queda lejos del desorbitado empuje que han experimentado las importaciones desde China a la UE: 626.000 millones de euros en 2022. Por verlo desde otra perspectiva, China es el primer socio comercial de la UE en lo relativo a las importaciones, copando el 20% de las mismas, seguido de lejos por el 11% de Estados Unidos y el 7,3 de Reino Unido.
Segmento empresarial
Encabezan la lista de bienes que la UE exportó a China en 2022 los motores de vehículos, también elementos de maquinaria electrónica. De lado de las importaciones, el bloque tiene especial apetito por los equipos de telecomunicaciones procedentes de Pekín, así como los chips de procesado de datos.
Tiene todo ello relevancia para las empresas de la UE que operan en país asiático. Firmas alemanas del sector del automóvil, como Volkswagen, o químicas como Basf se resentirían de una desaceleración del crecimiento de China. “Pero eso es mínimo para la economía europea”, sostiene García-Herrero. “Hace mucho que China no importa de Europa, que se ha aislado. Por eso el impacto es menor de lo que la gente cree”.
El problema, más bien, radica en que Pekín se ha erigido como nuevo competidor en el sector del automóvil para las firmas alemanas. También que importa cada vez menos equipos tecnológicos para la fabricación de semiconductores, algo que se dejará sentir en Países Bajos. Aunque el gobierno neerlandés lleva tiempo preparando restricciones a la venta de equipos de fabricación de chips por el riesgo que entraña su doble uso para la industria militar china.
La tensión con Pekín, además, se ha elevado ante posibles nuevas restricciones a los minerales que exporta el gigante asiático, recoge Gold. La reciente decisión del Gobierno de Xi Jinping de imponer restricciones a metales clave para la fabricación de semiconductores: galio y germanio, desata suspicacias en Occidente ante sucesivas decisiones en el mismo sentido.
Política económica
Pero la desaceleración económica del gigante asiático podría entrañar repercusiones también de puertas para adentro del país. Las expectativas del rápido crecimiento del PIB generadas por el Gobierno de Xi Jinping podrían volverse en su contra. Especialmente considerando la elevada tasa de pobreza en la región.
“Casi 500 millones de chinos son pobres. Es un problema para el Gobierno chino, es posible que tenga que modificar sus políticas, probablemente con más estímulos fiscales y macroeconómicos”, augura Goodman. Se refiere a fórmulas para generar más demanda y crecimiento pero también a la necesidad de que Pekín ponga en marcha reformas estructurales que alivien las rígidas condiciones que el Partido Comunista aplica al sector privado.
El riesgo para el régimen de Xi Jinping a perder cierto control político sobre el país podría llevar a Pekín a realizar unas reformas que apuntalen el crecimiento de China. Aunque se conoce la preferencia del líder a mantener la estabilidad a través del control. La gran cuestión de base, al final, es si la actual política económica del Gobierno chino prueba no ser sostenible, obligará a efectuar un giro, a cambiar las políticas para impulsar el crecimiento. Y cómo ello repercutirá en la UE todavía está por ver.